lunes, 28 de enero de 2008

Pronombres (II)

Reconstruir el mundo con pronombres
usar palabras que me sustituyan.


Encontrar una serie limitada
de perlas de sabiduría
que digan siempre y callen a un tiempo
sin que nadie pueda acusar de paso en falso o contradicción.
Aplacar las líneas y los labios
para hacer de la identidad
un cálido refugio
compartido con nadie.

Olvidar entonces el propio nombre
y volver a un origen que solo intuyo.
Nacida de la nada que me llama
acorde la carne con el fin
la anáfora me envuelve y protege
en el fondo de un mar cifrado.

Y poder ser quien quiero
puesto que nada quiero ser.
Diluirme quizás
entonar
un himno de pureza sin tormento.

miércoles, 23 de enero de 2008

Madrigal



Tus ojos de ese verde

que no sube la bolsa ni los corceles pastan

-corceles son caballos guerreadores-

Tus ojos

que me cuentan de fértiles inundaciones cíclicas


Aníbal Núñez

martes, 22 de enero de 2008

Muertos

“Yo es que solo leo a gente muerta”, dije.
“Pero ¿a qué muertos?”

Y entonces supe que todo iría bien.

domingo, 20 de enero de 2008

Adiós a Berlín


Después de darle bastantes vueltas, ayer decidí terminar la novela Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood, que había empezado en Navidad.


Antes de empezarla la única referencia que tenía sobre la obra era que era un buen ejemplo de narración aséptica, objetiva, del tipo que luego en los años sesenta desarrollaría el noveau roman; es decir, una novela en la que el narrador "lo único" que hace es recoger la realidad que lo rodea como si llevara una cámara al hombro. No estaba segura de si me atraía o no la idea pero aun así decidí leerla.


La primera sorpresa que me llevé fue que Adiós a Berlín es la novela que inspiró la película Cabaret, cosa que ignoraba por completo. Y lo segundo es que la narración no era del todo aséptica; más bien parecía que el narrador jugaba a la objetividad y jugaba asimismo con el lector, que es algo que me encanta.


Christopher Isherwood recoge la imagen del Berlín bullicioso de los años previos a la Segunda Guerra Mundial. El estilo ágil hace de la lectura un viaje a las calles, clubs y personajes más increíbles del momento (estilo que, por cierto, se ve del todo favorecido por la traducción que hace del inglés nada menos que Jaime Gil de Biedma).


Sin duda alguna el personaje más increíble es el de Sally Bowles, un muchacha alocada y lúcida que actúa dentro y fuera de los clubs de la ciudad. La supuesta cámara la sigue en actuaciones, borracheras, tristezas y risas a lo largo de toda la novela. De hecho, cuando el personaje de Sally desaparece de la novela (algo antes de la mitad de esta) la historia, aunque gana quizás en realismo, decae en la fascinación que desde el principio ejerce sobre el lector.


Sobre la supuesta grabación de la realidad que rodea al narrador reproduzco el siguiente fragmento:


La mayoría de las familias ricas de Berlín vive en el Grünewald; aunque es difícil entender por qué. Sus villas, que abarcan todas las variedades de la fealdad cara, desde la excéntrica foile rococó hasta el funcionalismo del cubo de acero y cristal, se apelotonan en ese pinar deprimente y húmedo. El precio del terreno es fabulosamente caro y muy pocas veces pueden permitirse el lujo de un jardín grande: la mayoría no tiene otra vista que el jardinillo trasero del vecino, cerrado por una alambrada y guardado por un perro de presa. El miedo a los ladrones y a la revolución tiene reducidos a estos desdichados a un verdadero estado de sitio.


De la segunda parte que reproduce la degradación social de un Berlín abocado casi sin salida al final que todos conocemos reproduzco la siguiente anécdota que se cuenta:


Oído en un café: un joven nazi sentado con su novia discute el futuro del Partido. El nazi está borracho.


"Sí, ya sé que ganaremos, de acuerdo", exclama impaciente, "pero no basta". Y golpea la mesa con el puño: "¡Tiene que haber sangra!".


La muchacha le tranquiliza con unos golpecitos en el brazo. Está intentando llevárselo a casa. "Pero claro que la habrá, cariño", le arrulla apaciguadora, "el Jefe lo ha prometido".


Christopher Isherwood, Adiós a Berlín, Seix Barral.

jueves, 17 de enero de 2008

Afirmación del límite. Subo y te cuento (I)


hay situaciones que son insostenibles

querido bruto

- tuerce a la derecha cuando puedas -

deliberada ya la ley en el senado

que nos incapacita

queridísimo bruto

no nos queda más que daga y carretera



la toga se ha quedado enganchada con la puerta

al cerrar

bruto incorregible tira de ella

- antes ha de quitar el seguro y abrir la puerta -

desesperado arranca un trozo



la traición comienza a apoderarse de la manera

que tiene bruto de manejar el volante

siempre preciso

armonioso con el cenicero



Matías Miguel Clemente, Los límites, la garúa, 2007


Este sábado presentación de Los límites en Tomelloso, en el Consejo de la Juventud a las 19:00. Recital poético y musical.

miércoles, 16 de enero de 2008

Eran los mejores tiempos, era la peor época, la edad de la sabiduría, el ciclo de la estupidez, la fase de la creencia, la etapa de la incredulidad, la estación de la Luz, la hora de las Sombras, era la primavera de la esperanza, el invierno de la desesperación, lo teníamos todo por delante, nada había frente a nosotros...

Charles Dickens, Historia de dos ciudades

martes, 15 de enero de 2008

lunes, 14 de enero de 2008

De pelos y dientes

Me cuentan que existe un trastorno de comportamiento que consiste en arrancarse e incluso comerse la cabellera. Se llama tricotilomanía. Todos hemos visto, en el colegio, a chicos y chicas que se chupaban golosamente un mechón de pelo, o que se distraían enrollando unos cuantos cabellos en el dedo y dando tironcitos. Parecía algo bastante algo normal, esto es, una más de esas anormalidades tan comunes, una manía tan corriente como morderse la uñas, pero ahora resulta que ese tic tiene un nombre impresionante y es una enfermedad (...).

Qué asombrosamente raros somos los seres humanos. De entrada, se diría que padecemos una incomprensible tendencia a la autofagia. No solo podemos zamparnos la cabellera, sino también las uñas, los pellejos de los dedos, la carnecilla blanda del interior de las mejillas, los mocos, las esquirlas resecas de la piel de los labios. E incluso nos comemos nuestro estómagos a golpe de úlcera. Esa necesidad que parecemos sentir de devorarnos a nosotros mismos resulta muy turbadora y debe de tener algún significado. Es algo que forma parte de las grandes metáforas de la carne, un mensaje cifrado de este cuerpo nuestro, que es un poeta que duele y mata.

Rosa Montero, El País Semanal (13-Enero-2008).

domingo, 13 de enero de 2008

Esperad que llegue

Un día como hoy no malgastéis palabras
conmigo.
Porque la voz humana únicamente
es eficaz si encuentra
el cauce de un oído que quiera interpretarla.

Un hombre dice a otro:
- Detente,
y quizá
lo detenga.

Pero yo me pregunto:
¿quién le ordena
al viento apaciguarse?¿Quién puede
decirle al mar que cese en su marea?
¿Quién es capaz de detener un grito
a una piedra que cae desde lo alto?


Amargo como el mar,
y desatado
igual que un huracán e irremdiable
lo mismo que una piedra en su caída:
así es mi corazón.
Luego
dejadme.

Un día como hoy nada es posible,
y si es mi suerte lo que os preocupa
guardad silencio y esperad
que llegue
un nuevo día, con el alma en vilo.

Ángel González, Sin esperanza, con convencimiento.

Estás perdiendo la cabeza, Viskovitz

- ¿Cómo era papá? - le pregunté a mi madre.
- Crujiente, un poco salado, rico en fibra.
- Quiero decir antes de comértelo.
- Era un mequetefre inseguro, angustiado, neurótico, un poco como todos vosotros, los machitos, Visko.

Me sentía más cercano que nunca a aquel genitor al que no había llegado a conocer, que se había descompuesto en el estómago de mamá mientras yo era concebido. De quien no había recibido calor sino calorías. Gracias, papá, pensé. Sé lo que significa, para una mantis macho, sacrificarse por la familia.

Me detuve un instante, en grave recogimiento, ante su tumba, es decir, ante mi madre, y entoné un miserere.

Al poco rato, como pensar en la muerte nunca dejaba de provocarme una erección, consideré llegado el momento de reunirme con Ljuba, el insecto al que amaba. La había conocido un mes antes, en el matrimonio de mi hermana, que por otra parte era también el funeral de mi cuñado, y había quedado prisionero de su cruel belleza. No habíamos dejado de vernos desde entonces. ¿Cómo había sido posible? Dios me había bendecido con el don más apreciado por nosotros, los mantis: la eyaculación precoz, condición indispensable de cualquier historia de amor que aspire a no ser efímera. La primera semana había perdido solo un par de patas, las raptatorias, la segunda el prototórax, con sus anexos para el vuelo, la tercera...

- ¡No lo hagas, Visko, por el amor de Dios! - empezaron a gritarme mis amigos Zucotic, Petrovic y López, encaramados en las ramas más altas.

Para ellos la hembra era el demonio, la misoginia una misión. Desde la metamorfosis sufrían algún tipo de desviación o disfunción sexual, habían adoptado los votos del sacerdocio y se pasaban todo el santo día mascando pétalos y recitando salmos. Eran muy religiosos.

Pero no había oración que pudiera deternerme, no ahora, que oía el gélido suspiro de mi amada, el sombrío rumor de sus membranas, su fúnebre y burlona sonrisa. Me moví frenéticcamente en dirección a aquellos sonidos, con la única pata que me quedaba, apoyándome en mi erección, esforzándome por visualizar la gloria de sus formas, ahora que no podía verlas porque ya no tenía ocelos, ahora que no podía olerlas porque ya no tenía antenas, ahora que no podía besarlas porque ya no tenía palpos.

Por ella había perdido ya la cabeza.

Alessandro Boffa, Eres un bestia Viskovitz

sábado, 12 de enero de 2008

viernes, 11 de enero de 2008

Homenaje beat (y patafísico)

He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura.

He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la antartura.

He visto a las mejores mentes de mi generación sodomidas por la envitura.

He visto a las mejores líbadas de mi generación tremenidas por la marvitura.

jueves, 10 de enero de 2008

Betta y Sore

El día que decidí cambiar mi nombre por el de Betta fue probablemente el mismo en que Sore llegó a la ciudad. Nunca llegué a saber con certeza si se burlaba de mí cuando, después de habernos cruzado tres o cuatro veces en el Salón Central, se acercó lleno de determinación y me aseguró que una de las primeras cosas que había deseado encontrar en Nuestra Sociedad era una chica con nombre de letra griega. Sin duda, alguien le había dicho cómo me llamaba -allí debían saberlo- pero aún hoy me pregunto quién pudo haber sido, porque yo me llamaba así desde hacía muy poco y casi nadie, excepto Ellos, me conocía.


- Una de las primeras cosas que deseaba encontrar en Nuestra Sociedad era una chica con nombre de letra griega.
- ...
- Alfa, beta, gamma, delta...
- ...

Yo entonces era lo suficientemente firme e insegura como para mantener una conversación a base de silencios. Sin embargo Sore desconocía esto. Sus facciones se endurecieron y por mi cabeza pasó la extravagante idea de que era un infiltrado, o de que no conocía bien las reglas.


Iba a decir algo cuando la música empezó a sonar. Todos los hombres se acercaron entonces al escenario. Decidí hacer lo mismo, aún sabiendo que eso me costaría una buena reprimenda, si no es que Ellos tomaban cartas en el asunto. Sore quedó rezagado y por la expresión de su cara supe que era nuevo y no comprendía mi transgresión porque su rostro no mostró ninguna sorpresa sino más bien desconcierto sobre lo que hacer él mismo en aquel momento.


Nunca más lo volví a ver. De aquel día solo puedo recordarque, abandonándome en la masa, su cara se fue diluyendo poco a poco en mi mente mientras oía cómo Lírico comenzabasu discurso.

miércoles, 9 de enero de 2008


Si has de amarme que sea solamente

por amor de mi amor. No digas nunaca

que es por mi aspecto, mi sonrisa, el modo

de hablar o por un rasgo de carácter



que concuerda contigo o que aquel día

hizo que nos sintiéramos felices...

Porque, amor mío, todas estas cosas

pueden cambiar, y hasta el amor se muere.



No me quieras tampoco por las lágrimas

que compasivo enjugas en mi rostro...

¡Porque puedo olvidarme de llorar



gracias a ti, y así perder tu amor!

Por amor de mi amor quiero que me ames,

para que dure amor eternemente.



Elizabeth Barret Browning