(...) "las estrellas se encuentran en el arrebatado firmamento del cielo, los adversos elementos unos con otros rompen pelea, tremen las tierras, ondean los mares, el ayre se sacude, suenan las llamas, los vientos entre sí traen perpetua guerra, los tiempos con tiempos contienden y litigan entre sí, uno a uno y todos contra nosotros".
(...) La bívora, reptilia o serpiente enconada, al tiempo de concebir, por la boca de la hembra metida la cabeça del macho y ella con el gran dulçor apriétale tanto que le mata, y quedando preñada, el primer hijo rompe las yjares de la madre, por do todos salen y ella muerta queda; él quasi como vengador de la paterna muerte. ¿Qué mayor lid, qué mayor conquista ni guerra que engendrar en su cuerpo quien coma sus entrañas?
Fernando de Rojas, "Prefacio" a La Celestina
viernes, 29 de febrero de 2008
lunes, 25 de febrero de 2008
Contabilidad
Solo me he declarado a un hombre en mi vida. No fue al que más he querido, ni siquiera al que más he deseado. Estoy segura de que lo hice por demostrarme a mí misma que era capaz de hacerlo, pues era poco probable que él me quisiera. Pero lo hice de todas formas.
Una vez casi amé a una mujer.
Me desearon dos enfermos, dos locos. No se llegaron a conocer entre sí pero, es curioso, tenían la misma mirada, la misma cabeza torcida, además de otras aficiones comunes.
Amé a un músico, a un soldado, a un budista, a un pirata. Amé a quienes otras amaban y eran correspondidas.
Nunca me han amado. O, al menos, ignoro lo contrario.
Una vez casi amé a una mujer.
Me desearon dos enfermos, dos locos. No se llegaron a conocer entre sí pero, es curioso, tenían la misma mirada, la misma cabeza torcida, además de otras aficiones comunes.
Amé a un músico, a un soldado, a un budista, a un pirata. Amé a quienes otras amaban y eran correspondidas.
Nunca me han amado. O, al menos, ignoro lo contrario.
viernes, 15 de febrero de 2008
Queremos tanto a Julio

El pasado día 12 de Febrero se cumplieron veinticuatro años de la muerte de Julio Cortázar.
Mi relación con Cortázar es ya larga. Lo primero que leí suyo fue el cuentolargo-novelacorta "El persiguidor". Reconozco que entonces no entendí mucho de lo que decía pero el que un saxofonista borracho y genial afirmara que cuando tocaba podía percibir que las cosas tenían "una elasticidad retardada" me impactó totalmente y aún hoy sigue siendo una de las imágenes más fuertes que he recibido vía literatura.
Volví a él unos años más tarde, en una época en la que me era imposible parar de llorar. No solucionó mis problemas leer a Cortázar, ni siquiera lloraba menos. Pero sí me ocurría algo que después no me ha pasado muchas más veces. Cuando por la noche soñaba, las imágenes, las palabras que decía yo o cualquiera que pasara por mi fase rem, eran distintas. No sé explicarlo bien, era como si tuvieran una calidad distinta, similar a la de los relojes de Dalí (probablemente se trate de la elasticidad retardada que él descubrió).
Sea como sea mi historia, la señorita Cure les invita a que, si no lo conocen, intenten alguno de sus magníficos cuentos. Pongo ahora un fragmento de uno de ellos, uno de los que desde el principio más me emocionó (y también años después cuando Isable Coixet lo recoge en La vida sercreta de las palabras).
Perdóneme, la confundí con mamá, tengo tanto frío. Otra vez desviaba la mirada, se volvía a su encono, otra vez me echaba a mí toda la culpa. Lo atendí como si no me diera cuenta de que seguía enojado, me senté junto a él y le mojé los labios con hielo. Cuando me miró, después que le puse agua de colonia en las manos y la frente, me acerqué más y le sonreí. "Llámame Cora", le dije. "Yo sé que no nso entendimos al principio, pero vamos a ser tan buenos amigos, Pablo". Me miraba callado. "Señorita Cora", dijo después, y cerró los ojos. "No, Pablo, no", le pedí, besándolo en la mejilla, muy cerca de la boca. "Yo voy a ser Cora para vos, solamente para vos".
Julio Cortázar, "La señorita Cora", Todos los fuegos el fuego.
lunes, 28 de enero de 2008
Pronombres (II)
Reconstruir el mundo con pronombres
usar palabras que me sustituyan.
Encontrar una serie limitada
de perlas de sabiduría
que digan siempre y callen a un tiempo
sin que nadie pueda acusar de paso en falso o contradicción.
Aplacar las líneas y los labios
para hacer de la identidad
un cálido refugio
compartido con nadie.
Olvidar entonces el propio nombre
y volver a un origen que solo intuyo.
Nacida de la nada que me llama
acorde la carne con el fin
la anáfora me envuelve y protege
en el fondo de un mar cifrado.
Y poder ser quien quiero
puesto que nada quiero ser.
Diluirme quizás
entonar
un himno de pureza sin tormento.
usar palabras que me sustituyan.
Encontrar una serie limitada
de perlas de sabiduría
que digan siempre y callen a un tiempo
sin que nadie pueda acusar de paso en falso o contradicción.
Aplacar las líneas y los labios
para hacer de la identidad
un cálido refugio
compartido con nadie.
Olvidar entonces el propio nombre
y volver a un origen que solo intuyo.
Nacida de la nada que me llama
acorde la carne con el fin
la anáfora me envuelve y protege
en el fondo de un mar cifrado.
Y poder ser quien quiero
puesto que nada quiero ser.
Diluirme quizás
entonar
un himno de pureza sin tormento.
miércoles, 23 de enero de 2008
Madrigal
martes, 22 de enero de 2008
Muertos
“Yo es que solo leo a gente muerta”, dije.
“Pero ¿a qué muertos?”
Y entonces supe que todo iría bien.
“Pero ¿a qué muertos?”
Y entonces supe que todo iría bien.
domingo, 20 de enero de 2008
Adiós a Berlín

Después de darle bastantes vueltas, ayer decidí terminar la novela Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood, que había empezado en Navidad.
Antes de empezarla la única referencia que tenía sobre la obra era que era un buen ejemplo de narración aséptica, objetiva, del tipo que luego en los años sesenta desarrollaría el noveau roman; es decir, una novela en la que el narrador "lo único" que hace es recoger la realidad que lo rodea como si llevara una cámara al hombro. No estaba segura de si me atraía o no la idea pero aun así decidí leerla.
La primera sorpresa que me llevé fue que Adiós a Berlín es la novela que inspiró la película Cabaret, cosa que ignoraba por completo. Y lo segundo es que la narración no era del todo aséptica; más bien parecía que el narrador jugaba a la objetividad y jugaba asimismo con el lector, que es algo que me encanta.
Christopher Isherwood recoge la imagen del Berlín bullicioso de los años previos a la Segunda Guerra Mundial. El estilo ágil hace de la lectura un viaje a las calles, clubs y personajes más increíbles del momento (estilo que, por cierto, se ve del todo favorecido por la traducción que hace del inglés nada menos que Jaime Gil de Biedma).
Sin duda alguna el personaje más increíble es el de Sally Bowles, un muchacha alocada y lúcida que actúa dentro y fuera de los clubs de la ciudad. La supuesta cámara la sigue en actuaciones, borracheras, tristezas y risas a lo largo de toda la novela. De hecho, cuando el personaje de Sally desaparece de la novela (algo antes de la mitad de esta) la historia, aunque gana quizás en realismo, decae en la fascinación que desde el principio ejerce sobre el lector.
Sobre la supuesta grabación de la realidad que rodea al narrador reproduzco el siguiente fragmento:
La mayoría de las familias ricas de Berlín vive en el Grünewald; aunque es difícil entender por qué. Sus villas, que abarcan todas las variedades de la fealdad cara, desde la excéntrica foile rococó hasta el funcionalismo del cubo de acero y cristal, se apelotonan en ese pinar deprimente y húmedo. El precio del terreno es fabulosamente caro y muy pocas veces pueden permitirse el lujo de un jardín grande: la mayoría no tiene otra vista que el jardinillo trasero del vecino, cerrado por una alambrada y guardado por un perro de presa. El miedo a los ladrones y a la revolución tiene reducidos a estos desdichados a un verdadero estado de sitio.
De la segunda parte que reproduce la degradación social de un Berlín abocado casi sin salida al final que todos conocemos reproduzco la siguiente anécdota que se cuenta:
Oído en un café: un joven nazi sentado con su novia discute el futuro del Partido. El nazi está borracho.
"Sí, ya sé que ganaremos, de acuerdo", exclama impaciente, "pero no basta". Y golpea la mesa con el puño: "¡Tiene que haber sangra!".
La muchacha le tranquiliza con unos golpecitos en el brazo. Está intentando llevárselo a casa. "Pero claro que la habrá, cariño", le arrulla apaciguadora, "el Jefe lo ha prometido".
Christopher Isherwood, Adiós a Berlín, Seix Barral.
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