miércoles, 31 de octubre de 2007

Crepúsculo


Crepúsculo
caigo en el puerto
Crepúsculo
caigo en las colinas
Pero aquí en la ciudad que nunca duerme
puedo caer a través de tus dedos.
Cuando el cisne vuela al cielo
remontando el mayor miedo
hay un sentimiento que persiste después
¿Volverás?
Crepúsculo
Me siento en todas las mesas
con mis velas y mis ángeles
y debería esperar para siempre
mientras el día se torna en noche
consumido en las sombras que brillan.
Antony & The Johnsons

lunes, 29 de octubre de 2007

Pequeño psicópata

He matado a Pierre porque tengo siete años.
La salud, pelín frágil.

Paso la mayor parte de mis vacaciones con mis abuelos en las Ardenas, en Bélgica. El aire es puro y el pueblo es famoso por la calidad de su agua.

Mis abuelos son súper buenos. No son graciosos, algo burgueses pero siempre muy atentos conmigo.¡Puedo comerme todas las tostadas que quiera, cuando quiera! ¡Y no unas tostadas cualquiera, sino las de casa de mis abuelos! ¡¡De pan de cereales, por favor!! ¡Con mermelada por encima! Me como un millón todos los días.

Además cada mañana van a misa...

(...)

Una noche mi abuela habla conmigo, sentada en mi cama. Me describe el infierno. Solo tengo una vaga idea de lo que puede ser, me lo pinta como algo terrible.

- ¡¿Y por qué se va al infierno?!
- Se va al infierno cuando se hacen cosas malas. Como tocarse la pilila, por ejemplo.

Por la noche sueño con ello. Estoy allí. Me duele. Sufro. Estoy aterrado. Me despierto llorando.

- ¿Has tenido una pesadilla?

No me atrevo a decirle que he soñado con el infierno, que tengo miedo de acabar allí.

Porque ya me he tocado la pilila.

Alfred & Oliver K, Por qué he matado a Pierre.

domingo, 21 de octubre de 2007

Dorada y gótica Lessing

Fue el peor año de su vida para Harriet y no podía preocuparse de que la gente los eludiera. Cada día era una larga pesadilla. Cuando se despertaba por la mañana no podía creer que consiguiera llegar hasta la noche. Ben siempre estaba levantado y había que estar constantemente pendiente de él. Dormía muy poco. Se pasaba casi toda la noche de pie en el alféizar de la ventana, mirando el jardín y, cuando entraba Harriet, se volvía y le dirigía una larga mirada fija, extrañada, paralizante: allí agazapado, en la semipenumbra del cuarto, parecía realmente un pequeño gnomo o un duende.

Doris Lessing, El quinto hijo.

Este fin de semana he estado leyendo a la premio nobel de Literatura Doris Lessing, a quien hasta el momento apenas conocía de oídas. El quinto hijo se deja leer muy bien y realmente no pensaba que el arranque de una novela de una mujer tan politizada y feminista (según me sonaba a mí) iba a tratar de una pareja que en plena revolución sesentera decide formar una familia numerosa de las de antes.

Si no dejé de leer a las quince páginas fue porque:
a) Realmente está muy bien escrita
b) Tampoco tenía nada mejor que hacer

La novela sorprende porque, lo que me parecía que iba a ser la narración del proceso de liberación de esas pobres gentes cargadas de hijos y parientes en su casa victoriana, se transforma en una novela gótica cuando nace el quinto hijo de la pareja. Ni siquiera al final del libro el lector está seguro de si Ben es sobre o infra natural, si es un trasgo o simplemente tiene algún problema genético. Aunque lo realmente interesante es cómo el lector absuelve totalmente a Harriet cuando todos los demás la acusan de romper la familia en su intento de prolongar la vida de Ben.

Interesante la revisión que hace de valores tradicionales como la familia o la maternidad y especialemente cómo retoma determinados elementos pertenecientes a la tradición del relato gótico y los inserta en el escenario de la sociedad contemporánea, un poco en la línea de La música del azar de Paul Auster o Diccionario de nombres propios de Amelie Nothomb.

lunes, 15 de octubre de 2007

Lewis Nabokov

Nunca le pareció más bella que aquella tarde. Ella intentaba atrapar los espermas volantes, blancos, minúsculos, las pequeñas semillas de vida que la primavera había traído en su respiración mientras esparcía su pequeña humanidad por todo el jardín. Lewis la observaba desde la casa con detenimiento, escrutando aquí y allá, casi con fervor.

Deseaba a aquella niña con una pasión febril y poco sana, llena de remordimientos y temores, con un sabor agridulce en la boca y una agitación incontrolable en el pecho. Le había robado toda razón de ser excepto ella misma.

Era distinta de las demás; ese miedo que podía ver reflejado en los ojos de las otras nínfulas, todas bellas, todas tiernas, todas asustadas respondiendo temerosas por debajo de sus máscaras, era imposible encontrarlo en los ojos de la tierna Alice. Su carita redonda le sonreía cada vez que se encontraban y le suplicaba de tal manera que creara una historia para ella que le era imposible negarse. Sus ojos marrones lo miraban expectantes y sus mejillas enrojecían regularmente a medida que iba dando forma a la historia. Mientras, él temblaba de emoción.

Oh Alice, Alice, Alice... y podría haber estado diciendo su nombre toda la vida.